En una oportunidad, mientras mi contrincante intentaba despejar su camino al mate, surgió un tema que podría ser paradójico. Justo cuando mi caballo se desplazaba a la casilla del rey, en un sobrehumano esfuerzo por anular el ataque enemigo, le dije: no me gusta el ajedrez. Entonces desvió su mirada de los escaques y la dirigió sorprendido a mis ojos. Insistí : no me gusta el ajedrez. Hay un dejo de perversidad en este juego. Y todavía más. Hay alevosía, desprecio, traición. Este juego está lleno de celadas que sólo buscan vencer con la peor de las armas a tu enemigo : el engaño. Te entregan un alfil, lo tomas con el mayor candor y a la vuelta de la esquina estás perdiendo el juego. Mueves un inocente peón y caes en la trampa. Una vez enredado entre tus propias piezas, ya no sabes qué hacer. Con aparente nobleza, tu contrincante te avisa que tu dama está siendo amenazada. La mueves para librarla de su segura captura. Sin embargo, en dos o tres movimientos más, tu derrota final será causada precisamente por haber movido tu dama.
Tienes razón, dijo mi agresor. Así es la vida. Está llena de traiciones, amarguras y fracasos, pero también de alegrías, decencia y éxitos. Ce la vie, dijo Gilbert Becaud…o sería Charles Aznavour? .En ese momento la canción terminó y la media docena de jugadores que se solazaba arrinconando reyes o luchando fieramente con alfiles y torres consideró oportuno la hora de la cena.
Efectivamente, gracias al ajedrez, se han logrado cosas increíbles. Jugar, conversar, echar tallas y oír grata música mientras se disfruta de una agradable cena. Pero este grupo ha logrado más, mucho más que eso y que va más allá del lógico compañerismo funcionario. Es compartir una amistad que nos ha llevado a decir : ¡¿Qué sería de nosotros sin estas gratas horas de sana convivencia!?
Lo invito. Estoy seguro que no se arrepentirá. Puede ser el principio de una lasting Friendship.